domingo, 16 de septiembre de 2007

María era una niña frágil, pequeña y de piel pálida.
Cada día miraba a través de la ventana de su habitación para ver qué tal se portaba el sol, si era bueno y dejaba traspasar sus rayos a través de las nubes abría despacio la ventana y dejaba que, por unos segundos, esos rayos le acariciasen el rostro; si por el contrario, el sol se portaba mal y dejaba imponerse a las nubes y la lluvia, abría lentamente la ventana para que unas gotas rozasen sus manos.
A María le encantaba ir al colegio y jugar con sus amigos. Era una niña muy sociable y simpática.
Recuerdo un día en el parque, creo que tenía cuatro años, cantábamos canciones infantiles y sonreía sin parar.
Pero un día María se sintió mal y desde entonces su vida transcurre entre cuatro paredes.
No hace tanto que jugábamos juntas en el parque, no hace tanto que se imaginaba cómo jugaría con sus amigos cuando saliese del hospital.

Quizás María esté jugando ahora, quizás cante esas canciones que tanto le gustaban, quizás ahora sea ella la que cuide de nosotros.

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